Gabo y Noemí: dos muertes hermanadas por las miserias de lo real maravilloso.
El final de la novela paradigmática de América Latina es implacable: “porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”. Es la frase más dura y la concluyente, luego de que el último de los Buendía, hijo de Aureliano Babilonia y Amaranta, naciera con una cola de cerdo y fuera devorado por las hormigas. Los y las lectoras terminamos la novela maravillados pero, a su vez, devastados por esa maldición. La novela no solo concibe en sí misma la magia de nuestras tierras sino también el desprecio, la ruindad, la locura, el incesto, las desesperanzas. Por eso es grande: porque es total y porque nos abarca por completo.
Mientras se producían las honras fúnebres de Gabriel García Márquez, no tan lejos, en Ciudad Juárez, palpitaba otra historia realmaravillosa y trágica a la vez. Una investigación periodística del New York Times denunciaba en su carátula la historia de Noemí Alvarez Quillay, una niña cañari que a los 12 años trató de emigrar sola desde la zona de El Tambo, Ecuador, hasta el Bronx, en Nueva York, a través de un viaje de 6.500 millas buscando a sus padres. La pequeña Noemí tuvo que atravesar, acompañada de extraños y de “coyotes”, las múltiples fronteras y cuando se encontraba a punto de cruzar el muro entre Estados Unidos y México, en una calle de esta maldita ciudad donde el feminicidio es pan de todos los días, fue detenida por la policía mexicana y llevada a un albergue temporal denominado macondianamente La Esperanza. Luego de los interrogatorios de rigor, las encargadas del albergue comentaron que Noemí lloraba sin parar, día y noche. A los tres días la encontraron colgada de la cortina del baño.
A las batallas y regueros de sangre producto de las guerras internas y las lides políticas debemos sumar la muerte de millones de personas tratando de desplazarse de un lado a otro de nuestra América. Ese viaje inicial en el que Úrsula y José Arcadio encuentran el valle donde establecerían ese poblado de casas de caña brava llamado Macondo es imposible o peligroso hoy que hay tantos “tratados de libre intercambio”, pero solo para los productos y no para la gente. Y sin embargo, los desplazados continúan, y se sabe que en el 2013 hubo 60 mil niños que intentaron ingresar ilegalmente a los Estados Unidos.
Cuando Gabriel García Márquez recibió el Premio Nobel trató de revertir la maldición macondiana en su discurso de orden que se titulaba La soledad de América Latina. Gabo exigía una nueva Utopía para empujar a esta América Latina en crisis. Una utopía que nos lleve hacia un horizonte de oportunidades.
En esa ocasión dijo: “ Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.
A más de treintaidós años del discurso del Premio Nobel, Noemí Álvarez Quillay de 12 años decidió su forma de morir, pero no escogió su muerte. *Esta kolumna fue publicada en el diario La República el martes 22 de abril de 2014.
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