La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo de Río de Janeiro de 1992 instituyó el 22 de marzo como Día Mundial del Agua. Diez años después, el 21 de marzo fue proclamado Día Internacional de los Bosques por la Asamblea General de la ONU. ¿Pero cuánto hemos avanzado realmente en su cuidado?
Los pueblos y las mujeres indígenas sí lo hacemos, como nos enseñaron nuestras mayoras, desde nuestra ciencia y tecnología ancestrales. Lo hacemos porque comprendemos que bosques y agua son esenciales para el ciclo de vida que se renueva para cuidarnos, para garantizar nuestras existencia colectiva e individual. Porque sabemos que todo aquello que destruye a nuestra Madre Naturaleza, amenaza también nuestras vidas.
Para los pueblos y las mujeres indígenas los bienes de la naturaleza no son “recursos”, son seres vivos sujetos de derechos que deben ser reconocidos. Pero el sistema dominante la explota y la destruye en nombre del lucro y del progreso. Por eso los estados, administradores y garantes de ese sistema, solo ven los bosques como depósitos de carbono para negociarlo. Y siguen envenenando el agua con relaves mineros y derrames petroleros, mientras nuestras glaciares se derriten.
El sistema no quiere comprender que todas las formas de vida dependen unas de otras, que sin agua no existen los bosques, que sin los bosques el ciclo del agua se paraliza. Y los mismo sucede con todos los seres de la naturaleza. Por eso su visión es parcelada, ve todo fragmentado y no en su integralidad.
Para cuidar las vidas, hay que cambiar el paradigma antropocéntrico que concibe a la especie humana como “el centro de la creación”. Cambiar el raciocinio individualista y volver al sentimiento colectivo que los pueblos y las mujeres indígenas conservamos y transmitimos. Hay que poner esa defensa de las vidas por encima del afán desbordado de acumulación, lucro y consumismo. Para defender las vidas, hay que cambiar el sistema.
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