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Derrotemos a la dictadura instaurada hace 31 años

Por las vidas, por los derechos, por justicia y dignidad:


El 5 de abril de 1992 se instauró en el Perú una dictadura que nunca se fue, que hizo una constitución para imponer el capitalismo neoliberal extractivista que destruye vidas y derechos. Que intentó recuperar el poder provocando una permanente inestabilidad política. Que evidenció su racismo y clasismo para vacar a un presidente que se atrevió a anunciar una nueva Constitución. La dictadura encabezada por Dina Boluarte y su gabinete ministerial es la continuidad de la dictadura de los noventa que hoy ataca con más fuerza para perpetuar el colonialismo. Tenemos el deber de derrotarla.


Hace 31 años, un domingo por la noche, el Perú se estremeció al escuchar el verbo “disolver” de la boca de un presidente que había recibido el apodo de “tsunami” por haber provocado un terremoto en las ánforas y derrotado al candidato que se creía favorito. El 5 de abril de 1992, Alberto Fujimori hizo honor a su apodo y arrasó con los derechos al dar un golpe cívico-militar para imponer el neoliberalismo y convertir al aparato estatal en una organización criminal.


A través de un “Congreso Constituyente Democrático” hizo una constitución a esa medida: impuso el capitalismo neoliberal extractivista, recortó derechos territoriales a las comunidades campesinas y nativas, relativizó derechos laborales y ambientales, remató empresas públicas, formó un comando militar asesino, esterilizó forzosamente a decenas de miles de mujeres indígenas. El candidato que había prometido “honradez, tecnología y trabajo” y no aplicar un ajuste económico criminal (una de sus tantas promesas incumplidas), copó todos los poderes e instituciones estatales y compró a los medios de comunicación masiva para entornillarse en el poder.


La constitución fujimontesinista favorece el despojo territorial a los pueblos indígenas, ha convertido a la salud y la educación en privilegios, como se hizo evidente en la pandemia de COVID 19. Todo eso continúa. Hoy se cumplen 31 años de un modelo económico destructor de las vidas y los derechos. De criminalización y represión de nuestros modos de vida indígenas.


¿Historia conocida? Sí. Y que se está repitiendo hoy. Desde que Alberto Fujimori huyó al Japón y renunció por fax, sus herederos políticos han intentado en todas las elecciones generales retomar el poder. Aunque no lo dejaron del todo, porque su constitución sigue vigente y desde el Congreso y otros poderes del Estado han provocado una permanente inestabilidad política.


Los gobiernos “democráticos” que siguieron a la dictadura no tocaron el modelo económico de esa constitución fujimorista. Hasta que un profesor de origen indígena se atrevió a ganar las elecciones y a anunciar una nueva Constitución Política. Entonces no cesaron un segundo de acosarlo desde el Legislativo, el sistema de justicia y el poder mediático. Lo vacaron irregularmente y lo enviaron a la cárcel, como una clara advertencia para los pueblos: ustedes nunca tendrán un representante en el poder. Y alimentan esa advertencia con 67 muertes, centenas de heridos, decenas de detenciones arbitrarias, y leyes que relativizan cada vez más los derechos colectivos e individuales y los derechos de la Madre Naturaleza.


La dictadura de los noventa nunca se fue. Y hoy ataca con más fuerza que nunca, decidida a quedarse en el poder para garantizar la impunidad para sus crímenes contra los derechos humanos y su corrupción. El 5 de abril de 1992 abrió una etapa oscura que lleva ya más de treinta años y se resiste a terminar. La dictadura cívico-militar-empresarial encabezada por Dina Boluarte y su gabinete ministerial controla todos los poderes del Estado y es apoyada por el poder mediático. Y así, no es más que la continuidad de la dictadura de los noventa. Una dictadura que está perpetrando su revancha histórica, derramando sin pudor su clasismo y racismo, decidida a perpetuar el colonialismo y su sistema capitalista neoliberal extractivista a sangre y fuego.


Por las vidas, por los derechos, por justicia y dignidad, tenemos que derrotarla. Que nuestra lucha y resistencia de más de quinientos años desemboque, por fin, en un momento constituyente, para lograr la convocatoria a una Asamblea Constituyente Popular, Plurinacional, Paritaria y Soberana, que abre el camino a un cambio real que rompa con más de cinco siglos de colonialismo y construya el Buen Vivir y la Vida Plena.



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